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Breves paredes cobijan nuestros leves sueños.
Afuera, el murmullo de las hojas dormidas,
la algazara de grillos, la voz de un pajaruco,
las gotas de lluvia y el aire, la fresca brisa.

Duermes con los labios abiertos, silente, extensa,
el vientre en un lento vaivén, sosegado el pecho.
Muslos fuertes, cadera firme y el amarillo
atesorando el canelo obscuro de tu pelo.

Sombras, claridades, se estremecen y se funden;
es la noche undívaga, la mar de los náufragos
pescadores de estrellas vivas, noche sin luna.

Sierpes plateadas iluminan el sendero
entre tus plantas y el bosque confuso del sueño.
Madura y plena y cálida, esplendente duermes.



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